"Nuestro Padre Celestial y el Salvador viven y que aman a toda la humanidad. El solo hecho de que tengamos la oportunidad de enfrentar la adversidad y la aflicción es parte de la evidencia de Su amor infinito. Dios nos dio el don de vivir como seres mortales a fin de que nos preparáramos para recibir el más grande de todos Sus dones, que es la vida eterna. Entonces, nuestro espíritu cambiará, y seremos capaces de querer lo que Dios quiera, de pensar como Él piense, y así estar preparados para que se nos confíe una posteridad sin fin, para enseñar y guiar durante las pruebas, para que merezcan vivir por siempre en la vida eterna. Es obvio que, para tener ese don y recibir esa responsabilidad, debemos transformarnos al tomar decisiones rectas cuando éstas sean difíciles de tomar. Al tener esas experiencias penosas y probatorias en la tierra, se nos prepara para confiarnos ese gran cometido. Sólo podemos recibir esa educación si estamos sujetos a pruebas mientras servimos a Dios, y por Él, a nuestros semejantes. En ese proceso educativo experimentamos desdicha y felicidad, enfermedad y salud, la tristeza del pecado y el gozo del perdón. Cuando, en medio de la aflicción, debemos esperar el alivio prometido por el Salvador, nos confortará el hecho de que Él sabe, por experiencia propia, cómo sanarnos y auxiliarnos."
Pte. Henry B. Eyring
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